Bufanda blanca, Cd de Mika, mochila y arranco el Peque (nombre simpático para el Chevrolet Corsa que sobre cuatro ruedas materializará el camino). Al principio, la calle era la que debía ser. La primera rotonda no fue ningún obstáculo. A la derecha la faculad de ciencias naturales, a la izquierda el Bosque. El fin del viaje: el puerto de Berisso. Una página lo publicita como uno de los lugares turísticos platenses.
A la izquierda el Bosque se convirtó en una sucesión de fábricas. A la derecha la nada hecha un grupo de árboles. No se superan los 60 km/h para que el viaje valiera la pena. El sol descansaba sobre la ventanilla del conductor cuando la copilota se embullía en un sobretodo, clásicas contradicciones del invierno indeciso del sur.
"Puerto Berisso 3 km". El cartel felicitaba el sentido de orientación de los turistas. La segunda rotonda fue el primer problema. Muchos carteles, flechas apuntando a la nada misma, publicidad política, plantas bregando por la poda. No era fácil ni para un nativo. Una vuelta, dos vualtas... Ahí!!! Puerto Berisso!
La calle 60 se convirtió en una ciudad carioca para dar la bienvenida a un caserío, que devendría en pueblo, para que luego se llegue a la ciudad.
Carteles del Sr. Bruera y la Sra. Kris sí… pero nunca un "Bienvenido a Berisso" moldeado sobre alguna clase de chapa... ¿para qué? Es obvio dónde se está y qué se puede hacer allí, ¿para qué satisfacer la imbérbida foto de dos jóvenes turistas? Indignados, aún esperanzados, llegó la tercera rotonda... otro problema, este de gravedad roja. En la primera vuelta una leída rápida de carteles, en la segunda se tomó la decisión y en la tercera se ejecutó la salida. ¿Era por ahí? La seguridad del conductor convence a la copilota que estaba imposibilitada en cambiar de radio.
Un paredón amarillo de lo más antipático impedía todo pasaje al interior de lo que parecía la zona portuaria. Grandes promotores turísticos los berissenses. Allá lejos se ve un poco de agua y algún que otro barco. Era obvio que estábamos en el camino correcto.
Las calles se empezaban a cortar, se hacían contramano, giros obligados. Se iba a donde las calles querían.
Como la esperanza de diversión es lo último que se pierde (incluso después de la "esperanza" en modo genérico), los amigos chascomunenses se conformaron con lo que había. Puerto de cerco y pasto, barcos de cuatro ruedas y charcos que parecían océanos. Perros que eran lobos, caballos... unicornios, montañas de arena... médanos, zanjas... ríos, gente... elfos, y así algunos mas.
Pero la llama de Dios se topó con la ráfaga de gas. Mágicamente apareció lo que alegraría el paseo dominguero: EL PUENTE GIRATORIO. Alrededor de este un edificio donde la lluvia era bajo el techo, unos perritos simpáticos y pulgosos, yuyos y arena. Cual Spiderman, el hombre de la pareja tomó coraje para treparse y poder conocer los andenes internos del puente color cáliz y óxido. Mientras, la mujer tomaba sol en un oasis playero en medio del puerto desierto.
Detrás del tesoro hecho puente había más por descubrir. Un camino pseudo-selvático llevó a los turistas convertidos en exploradores a una casa abandonada. "¡¡Cuidado!! ¡¡Alta tensión!!" invitaba a no trepar la escalera. Como buenos irreverentes no solo subieron las escaleras, sino que caminaron las barandas desvencijadas. Un baño al fondo del pasillo. Por el otro pasillo se llegaba a un camino hacia el más allá. Un puentecito móvil y bien finito dirigía a un grupo de barcos abandonados ¿Pero qué?... unas chispitas y ruido a estática espantó al aventurero. En un cuidadoso trote sin tocar la baranda abandonaron la casa para no volver. No volver porque una balsa se convirtió re-captó la atención. Cruzando un puente partido a la mitad, una escotilla. Abrirla llevaba al mundo Lost sin escalas.
Luego de un intento fallido de traspasar la casa, se dio por terminada la travesía. El Peque esperaba sobre sus cuatro ruedas para volver al departamento. La radio insistía en no tomar ningún Dial, por lo que debieron volver a rodar el disco de Mika. Una última idea: comprar facturas para merendar en el camino de vuelta. Panadería a mano izquierda, kiosko a derecha. Facturas y jugo de naranja, pregunta a un peatón y listo.
Que lindas eran las facturas. ¡Pero para! Acá dice que es Ensenada. Berisso terminó siendo un bluff… nunca fue lo que fue… el puerto nunca estuvo frente a los ojos… las rotondas fueron más engañosas de lo que parecían ¿Y la bufanda blanca? Caída en la cuneta llovida.
24.6.09
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